sábado, 30 de abril de 2011

Los suntuosos mantos que justifican nuestra existencia. El cuento de Kafka.

¿Qué papel juega el Lenguaje en nuestra existencia?, ¿Nos define?, ¿Define nuestra existencia grupal?, ¿Justifica nuestra existencia y la de todos?, ¿Por qué todo lo que hacemos y somos debe estar descrito en el Lenguaje?, ¿Por qué todo lo que hacemos y somos debe estar justificado, legitimado, en bellas palabras?, ¿Por qué todo en nuestro mundo debe estar cubierto de suntuosos mantos (que no son más que harapos, como diría Karl Popper)?

¿En fin, por qué Kafka sintió la necesidad, en el siguiente cuento, de justificar su existencia, su situación y los derechos que le asistían?, nadie se lo pidió, ¿será que no podemos vivir sino dentro del Lenguaje, dentro de derechos que nos justifiquen, en cualquier sentido que se quiera?

“El pasajero.

Permanezco de pie en la plataforma del tranvía, completamente ingenuo respecto a mi situación en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. Ni siquiera casualmente sabría indicar qué derechos me asisten y me justifican, en cualquier sentido que se quiera. Me es absolutamente imposible defender por qué estoy en esta plataforma, agarrado de esta correa, que me deje llevar por este vagón, que las personas eviten el tranvía, o siguen su camino, en silencio, o contemplan los escaparates: nadie me exige esa justificación, pero eso no importa.

El tranvía se acerca a una parada; una joven se acerca al peldaño, dispuesta a bajar. Aparece ante mí con tanta claridad que me parece haberla tocado. Esta viste de negro, los pliegues de su falda están casi inmovibles, la blusa ceñida y tiene un cuello fino de encaje blanco, su mano izquierda se apoya de plano sobre el tabique, el paraguas de su mano derecha descansa sobre el segundo peldaño. Su rostro es moreno, la nariz, levemente contraída a los lados, tiene punta redondeada y ancha. Su cabellera es abundante, oscura y se advierte algún vello en su sien derecha. Su diminuta oreja es breve y compacta, pero como estoy cerca puedo ver todo el pabellón de la oreja derecha, y la sombra que produce en su rostro. En ese momento me pregunté: "¿Cómo es posible que no esté asombrada de sí misma, que sus labios estén cerrados y no diga nada que exprese su asombro?"

* kafka, Franz. Cuentos completos (textos originales). Madrid, Ed. Valdemar, Cuarta edición, 2001.

Por último, algo más mundano, ¿qué pudo ver que lo llevara a ese estado de desesperación?

Existe ese tipo de belleza que además de atraer, duele, duele no tener dirían algunos, duelen los ojos diría yo:


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