miércoles, 12 de octubre de 2011

Jerusalén, de la oscuridad a la luz.

En este artículo quisiera empezar por una declaración, no resulta nada menos que una ingenuidad sin medida la afirmación acerca de que ya se presentó: “El fin de la historia y el último hombre”.


En la obra de Francis Fukuyama que lleva ese título, se afirma que la única opción viable, demostrada por la historia, para todas las sociedades, es la democracia liberal, tanto en lo económico como en lo político, y dice que el humanismo, la cultura y la ciencia, serán capaces de reemplazar a la Religión como eje moral.

No hay nada más que ingenuidad atrás de todas esas palabras, lo que paso a explicar a continuación.

Primero, no hay nada más antidemocrático que afirmar que la democracia liberal, tanto en lo económico como en lo político, es la única opción, afirmar que solamente tenemos una opción, es todo lo contrario a la democracia.

Segundo, dicha afirmación viene de las muy populares, y populistas, afirmaciones hegelianas y marxistas, dichas ingenuidades afirmaban que en la historia hay dialéctica y que, necesariamente, esa dialéctica culminará, en el caso de Hegel, en la superioridad alemana, y en el caso de Marx, en la dictadura del proletariado. La historia, simplemente, nos ha demostrado que todo ello no fue así, además, cosa que le causa escozor a todos los que piensan y creen en el destino (como los dos autores mencionados), la historia nos ha demostrado que acerca del devenir, pocas o ningunas son las reglas que existen, Heráclito, hace bastante ya, nos demostró que todo cambia, nada permanece, sin embargo, estos autores quieren amarrar el caos que representa la vida, a una serie de reglas que solo las puede creer el ser humano, porque son humanas. El devenir, antes que lógico, es una fiesta, antes que pensado, es una aparición ininteligible, recordando a Schopenhauer, no queda más que aceptar, desesperanzadamente si se quiere, ello que aparece en cada esquina sin un plan que lo justifique.

Tercero, decir que la Religión eventualmente se acabará, es simplemente haber vivido toda la vida alejado de los que nos rodean, no hay nada más humano, más vivo, que la Religión, si hablamos de vaticinios, yo vaticino que la religión será perenne entre nosotros, simplemente no somos capaces de vivir con nosotros mismos, no somos capaces de aceptar nuestra mortalidad, por ejemplo, y por lo tanto requeriremos siempre de compañía, así sea ficticia, y de un Nirvana para después de nosotros.

Solamente pues, la eterna vanidad de los presentes, de todos los que han vivido en todas las épocas, puede llevarles a afirmar, a todos ellos, que son el fin de la historia y el último hombre, todas las sociedades, de todos los tiempos, se han visto a sí mismas como el pináculo de la historia, como el fin y el acabamiento moral, como el último refinamiento del cual es capaz el hombre, sin embargo, para los que llegamos a vivir después de todos ellos, nos es bastante evidente que todos los pretéritos se equivocaron, ninguno fue ni el fin ni el acabamiento, ninguno vivió el apocalipsis, ni fue el fin de los tiempos.

No obstante, para hablar de un caso particular e irnos introduciendo en lo que es el centro de este artículo, ello no quiere decir que esté de acuerdo en alguna medida con lo que las religiones representan, hablando de democracia, creo estar convencido ya que no hay nada más antidemocrático que una religión, dicen, en una religión de aquellas: “respetamos a los demás pero, Jesús es el camino, la verdad y la vida”, no hay más caminos, no hay más verdad, e incluso no hay vida afuera de Jesús.

Dice Sigmund Freud, la religión cristiana es la religión del amor, sin embargo es evidente que será fría y sin amor para quien no la profese.

De allí pues el título de este capítulo, acerca de Jerusalén, una gran posibilidad se abre ante nosotros.

Siendo un demócrata, como pretendo serlo, y estando constantemente, inevitablemente, en contacto con todos los sentimientos religiosos, antidemocráticos, de quienes me rodean, planteo que Jerusalén podría, y debería ser, el anclaje definitivo de la democracia entre los humanos.

Jerusalén es el centro de nuestro universo, en ella se ven representadas la mayoría de las religiones más importantes, en ella se ve representada toda nuestra historia, todas nuestras guerras, se ve representada la intolerancia, el dogma y la exclusión.

De allí pues, por todo lo que representa para nuestra historia, es que Jerusalén no debería pertenecerle a nadie, debería ser el primer Estado universal al cual perteneciéramos todos, debe, de una buena vez, ser, por la comunidad internacional, expropiada en favor de la humanidad.

Como se afirma desde las modernas concepciones de la Filosofía del Derecho, la tolerancia religiosa juega un papel fundamental a la hora de pensarnos como humanos, la religión es nuestra esencia y por esa realidad es que no es para nada equivocado que nuestra concepción de nosotros mismos empiece por pensarnos como seres religiosos.

La importancia de Jerusalén pues, para nosotros como humanos, es infinita, nos representa o nos plasma como ningún otro objeto que podamos crear y, en fin, por mi parte, creería que su apropiación para toda la humanidad es un mensaje claro, para todos los creyentes, que a pesar de que puedan ser muy humanos, demasiado humanos, muy creyentes, ni Jerusalén, ni la verdad, ni la misma vida, les pertenecen.

Jerusalén pues, podría significar, simbolizar, en últimas, nuestro paso definitivo de la oscuridad… a la democracia, si nos la apropiamos todos.