Esto porque no es un autor que la estudiante misma haya
elegido como marco teórico para trabajar. Ella misma delimitó sus intereses en
otros autores, al principio, lo cual es absolutamente legítimo e imprescindible,
desde que sean pertinentes, porque la inconmensurabilidad del conocimiento no
permite abordar todo el conocimiento humano para responder preguntas de
investigación. Después de todo, somos demasiado humanos.
Las tres transformaciones de Nietzsche dicen que primero
debemos ser camellos, y cargar nuestras jorobas de todo aquello que se
considera digno y de valor por las personas simples, por más de que no tengan
valía los valores que defienden los de espíritu débil o esclavo; no puede
destruirse sin antes conocer.
Solo así, después, podemos ser leones, solo
asechando y confinando la presa, se puede dar cuenta de ella, nunca antes. Para
destruir, dice este maravilloso filósofo, debemos primero conocer. Ello es, más que
una afirmación técnica, una aserción axiológica: solo tenemos derecho, solo
somos dignos de ser cazadores, si primero tuvimos la humildad de darle valor y
tomarnos con seriedad aquello que queremos demoler.
Solo así, podremos ser
niños, la tercera transformación, y por lo tanto podremos crear, innovar, cosa
que en este mundo técnico nuca se quiere hacer. Siempre asumimos nuestro
derecho de ser niños y crear, cuando ese es un estado avanzado del espíritu que
hay que conquistar.
Así, en una tesis, sucede exactamente lo mismo. No tenemos
el derecho de ser novedosos si, primero, no conocemos nuestro objeto de
crítica. Debemos ser camellos primero, así las ideas que debamos estudiar nos
resulten sospechosas o incluso repugnantes a simple vista. No podemos superar
el prejuicio, la ligereza, la arrogancia, no podemos ser un poderoso león y
menos aún un ser celestial como un niño, sin antes haber sido un humilde
camello.
De esta manera, debemos establecer un estado del arte, un
estado de la cuestión que nos molesta o inquieta, de manera serena como una vaca.
Rumeando, masticada tras masticada, con cada regurgitación, con cada reproceso,
cargamos pacientemente como una vaca, la joroba del camello (para ver una
explicación de lo que es rumiar en Nietzsche, ir a este link). El estado del
arte es dar cuenta, de manera seria y serena (todo lo contrario a un león) lo
que hasta ahora se ha dicho sobre un punto específico que queremos estudiar y
criticar. Por supuesto, como ya se adelantó, no debemos olvidar que somos
demasiado humanos, y, por tanto, ese estado de la cuestión no puede realizarse
sino dentro de un marco teórico concreto. Esto, porque es imposible para seres
simples como nosotros acceder a la inmortalidad (uno de los fundamentos a
priori analizados por el mismo Kant en su crítica a la razón práctica), único estado
que permite un conocimiento universal y que solo seres arrogantes e ignorantes
de su propia condición anhelan.
Solo así podemos arrasar el mundo, con una pregunta. El león
es ese ser incisivo, penetrante, disruptivo, aquel que logra ver lo que nadie
había notado antes porque nadie había sido capaz de hacer una pregunta que
hiciera notar el problema. Qué momento sublime es ese (cuando se está leyendo
un buen libro o una buena tesis), cuando el autor nos hace ver eso que siempre estuvo
allí y que nadie más vio antes, lo cual no tiene que estar encerrado entre
vulgares signos de interrogación.
Solo en ese momento, el investigador se ha ganado el derecho de ser
un ser alado, un ser divino, un creador, es decir, un niño. Después de haber
sido un iracundo Dios (como le gustan los Dioses a Nietzsche, por eso le gusta
el Dios del antiguo testamento, que arrasa e inunda ciudades enteras sin dejar
a nadie en pie), el espíritu tiene el derecho, incluso el deber, de ser un
niño; no sería legítimo para alguien que ya logró tanto y tanto, la divinidad
misma que le permite ser el rasero del mundo, derruir el mundo conocido sin
reemplazar lo destruido por algo que se supondría tendría que ser mejor. Esa es
la clase de deberes que tiene un Dios.
Eso es lo que significa trasmutar los valores, lo que te
convierte en un superhombre: tener la valentía y capacidad de derruir los valores
antiguos, que te oprimen, para reemplazarlos por unos nuevos. Como se dice en
un lugar que amo (como lugar, como idea): Post tenebras
spero lucem. “El heroísmo como virtud cotidiana”[1],
como virtud, también, para lo cotidiano.
Suena exigente, es cierto, pero qué es un tesista sino alguien
que aspira a la inmortalidad. Además, como sabemos que somos solo humanos,
hemos aprendido a entender que un tesista no debe escribir el Génesis (un Zaratustra -el libro Génesis de Nietzsche-) para
poder ser merecedor de reconocimiento, por lo que, al final, como esquema de
pensamiento, como guía metodológica, no como aspiración divina, Nietzsche es un
gigantesco autor y un insuperable guía (metodológico). No podemos olvidar que
el superhombre, el ser capaz de trasmutar todos los valores, es solo una
metáfora. Es una actitud de vida: debemos intentar no ser demasiado humanos, es decir, debemos dejar de ser pusilánimes, seres sin capacidad de crítica, esclavos mentales, pero eso no implica que debamos dejar de ser humanos del todo.
[1] Alocución
al iniciarse los actos conmemorativos del primer centenario de la fundación del
Externado, Bogotá, 14 de febrero de 1986. Rector Fernando Hinestrosa Forero.