sábado, 1 de febrero de 2020

Nietzsche como guía de investigación

Revisando una tesis de una estudiante muy brillante, que busca comparar el proceso de creación en el arte con el proceso de creación de una decisión judicial, se me vino a la cabeza (porque además la estudiante lo citaba frecuentemente sin que fuese un autor demasiado pertinente para el trabajo, o por lo menos eso hasta ahora no está demostrado) que Nietzsche mismo no habría aprobado su uso en ese contexto.

Esto porque no es un autor que la estudiante misma haya elegido como marco teórico para trabajar. Ella misma delimitó sus intereses en otros autores, al principio, lo cual es absolutamente legítimo e imprescindible, desde que sean pertinentes, porque la inconmensurabilidad del conocimiento no permite abordar todo el conocimiento humano para responder preguntas de investigación. Después de todo, somos demasiado humanos.

Las tres transformaciones de Nietzsche dicen que primero debemos ser camellos, y cargar nuestras jorobas de todo aquello que se considera digno y de valor por las personas simples, por más de que no tengan valía los valores que defienden los de espíritu débil o esclavo; no puede destruirse sin antes conocer. 

Solo así, después, podemos ser leones, solo asechando y confinando la presa, se puede dar cuenta de ella, nunca antes. Para destruir, dice este maravilloso filósofo, debemos primero conocer. Ello es, más que una afirmación técnica, una aserción axiológica: solo tenemos derecho, solo somos dignos de ser cazadores, si primero tuvimos la humildad de darle valor y tomarnos con seriedad aquello que queremos demoler. 

Solo así, podremos ser niños, la tercera transformación, y por lo tanto podremos crear, innovar, cosa que en este mundo técnico nuca se quiere hacer. Siempre asumimos nuestro derecho de ser niños y crear, cuando ese es un estado avanzado del espíritu que hay que conquistar.

Así, en una tesis, sucede exactamente lo mismo. No tenemos el derecho de ser novedosos si, primero, no conocemos nuestro objeto de crítica. Debemos ser camellos primero, así las ideas que debamos estudiar nos resulten sospechosas o incluso repugnantes a simple vista. No podemos superar el prejuicio, la ligereza, la arrogancia, no podemos ser un poderoso león y menos aún un ser celestial como un niño, sin antes haber sido un humilde camello.

De esta manera, debemos establecer un estado del arte, un estado de la cuestión que nos molesta o inquieta, de manera serena como una vaca. Rumeando, masticada tras masticada, con cada regurgitación, con cada reproceso, cargamos pacientemente como una vaca, la joroba del camello (para ver una explicación de lo que es rumiar en Nietzsche, ir a este link). El estado del arte es dar cuenta, de manera seria y serena (todo lo contrario a un león) lo que hasta ahora se ha dicho sobre un punto específico que queremos estudiar y criticar. Por supuesto, como ya se adelantó, no debemos olvidar que somos demasiado humanos, y, por tanto, ese estado de la cuestión no puede realizarse sino dentro de un marco teórico concreto. Esto, porque es imposible para seres simples como nosotros acceder a la inmortalidad (uno de los fundamentos a priori analizados por el mismo Kant en su crítica a la razón práctica), único estado que permite un conocimiento universal y que solo seres arrogantes e ignorantes de su propia condición anhelan.

Solo así podemos arrasar el mundo, con una pregunta. El león es ese ser incisivo, penetrante, disruptivo, aquel que logra ver lo que nadie había notado antes porque nadie había sido capaz de hacer una pregunta que hiciera notar el problema. Qué momento sublime es ese (cuando se está leyendo un buen libro o una buena tesis), cuando el autor nos hace ver eso que siempre estuvo allí y que nadie más vio antes, lo cual no tiene que estar encerrado entre vulgares signos de interrogación.

Solo en ese momento, el investigador se ha ganado el derecho de ser un ser alado, un ser divino, un creador, es decir, un niño. Después de haber sido un iracundo Dios (como le gustan los Dioses a Nietzsche, por eso le gusta el Dios del antiguo testamento, que arrasa e inunda ciudades enteras sin dejar a nadie en pie), el espíritu tiene el derecho, incluso el deber, de ser un niño; no sería legítimo para alguien que ya logró tanto y tanto, la divinidad misma que le permite ser el rasero del mundo, derruir el mundo conocido sin reemplazar lo destruido por algo que se supondría tendría que ser mejor. Esa es la clase de deberes que tiene un Dios.

Eso es lo que significa trasmutar los valores, lo que te convierte en un superhombre: tener la valentía y capacidad de derruir los valores antiguos, que te oprimen, para reemplazarlos por unos nuevos. Como se dice en un lugar que amo (como lugar, como idea):  Post tenebras spero lucem. “El heroísmo como virtud cotidiana”[1], como virtud, también, para lo cotidiano.

Suena exigente, es cierto, pero qué es un tesista sino alguien que aspira a la inmortalidad. Además, como sabemos que somos solo humanos, hemos aprendido a entender que un tesista no debe escribir el Génesis (un Zaratustra -el libro Génesis de Nietzsche-) para poder ser merecedor de reconocimiento, por lo que, al final, como esquema de pensamiento, como guía metodológica, no como aspiración divina, Nietzsche es un gigantesco autor y un insuperable guía (metodológico). No podemos olvidar que el superhombre, el ser capaz de trasmutar todos los valores, es solo una metáfora. Es una actitud de vida: debemos intentar no ser demasiado humanos, es decir, debemos dejar de ser pusilánimes, seres sin capacidad de crítica, esclavos mentales, pero eso no implica que debamos dejar de ser humanos del todo.




[1] Alocución al iniciarse los actos conmemorativos del primer centenario de la fundación del Externado, Bogotá, 14 de febrero de 1986. Rector Fernando Hinestrosa Forero.