martes, 12 de mayo de 2015

¿Una Asamblea Nacional Constituyente? Hagamos memoria. Una breve reflexión.

Hagamos memoria. La Constitución del 91 salió tan bien porque los políticos de la época ignoraban la importancia de una Constitución contemporánea. No sabían que era una norma, aplicable directamente, además, no tenían consciencia de qué significaba que sea la norma de normas. Creían que sería igual a la Constitución de 1886, que en gran medida fue una mera carta de intensiones inaplicable, por lo que dejaron a la Asamblea trabajar y ni siquiera aspiraron a pertenecer a ella.

La Asamblea Nacional Constituyente, por lo anotado, estuvo llena de profesores universitarios, pensadores mayores o menores, de gente que, quizá, tampoco tenía claro qué estaba en ciernes y por eso actuaron de manera considerablemente acertada.

Como afirma John Rawls, para llegar a un concepto de justicia adecuado se debe pensar bajo el velo de la ignorancia, es decir, pensando la justicia sin pensar o saber qué posición se ocupará en la sociedad o qué pasará en el futuro para así pensar de manera imparcial. Quizá, lejanamente, eso fue lo que sucedió en el 91, gracias a la ignorancia de los políticos tradicionales acerca de lo que estaba pasando, y de los mismos asambleístas, se actuó de manera más o menos desinteresada, realizando un ejercicio casi académico, lo que entrega una gran factura en la Constitución del 91.

Evidentemente, eso no es lo que pasa actualmente, ya las hienas están bastante avisadas de la importancia de una Constitución. Por lo tanto, ahora que saben qué es una Constitución, que conocen todo el poder que tiene, el peligro que corremos es gigantesco si se convoca una nueva Asamblea: acabarían con la tutela, cosa que vienen intentando desde hace tiempo, los derechos y conquistas sociales (parte dogmática de la constitución), que tanto cuestan al erario, se verían en peligro de ser recortados de manera grave, para habar en términos vulgares, los micos que meterían, llamarlos orangutanes sería un eufemismo. Simplemente piénsese cuándo en épocas pasadas los ciudadanos se habían sentido tan cerca de una Constitución o cualquier norma, ello habla muy bien de la Constitución actual y por ello atemoriza dejar en manos de los políticos de hoy la emisión de una nueva.

Las instituciones, quizá, estás sobrevaluadas, hay que también pensar que una parte muy importante de las instituciones son los hombres que las ocupan, la educación que hayan tenido, la formación académica y en valores que posean, sin ello no hay muros de contención ni controles que repriman a un pillo.

En definitiva, estas propuestas fundantes no solucionan nada. López Michelsen proponía, a su vez, cambiar el modelo de Estado por uno parlamentario, no obstante, tanto él como los pro-asambleístas de hoy ignoran el gran costo político que eso conlleva, el mucho esfuerzo que se debe imprimir para lograr poner de acuerdo a todos en una reforma tan radical como esa, para que, al final, estemos parados en frente de otras hojas de papel, cartas de intenciones, que al igual que las de hoy, van a estar necesitadas de hombres valerosos y correctos que las hagan realidad. Todo ese esfuerzo quizá, debiera imprimirse en hacer real la Constitución que ya tenemos, eso sí sería un gran paso, eso sí sería un gran cambio.

Simplemente, la actitud de los pro-asambleístas es la actitud de un Dios, creen que con un gesto verbal, cósmico original, crearán el mundo, cuando ello es un poder exclusivo de dioses, no de hombres, menos de hombres que han dejado muchas dudas acerca de su probidad. En definitiva, qué peligrosos tiempos para la democracia los presentes.

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